El río era caudaloso y fluido. Se deslizaba sorteando hábilmente los obstáculos, sin que nada pudiera frenar su curso. Atravesó valles, gargantas, bosques, junglas y desfiladeros. Imparable, seguía su curso. Pero de repente llegó al desierto y sus aguas comenzaron a desaparecer bajo la arena. El río se espantó. No había manera de atravesar el desierto y anhelaba desembocar en otro río. ¿Qué hacer? Cada vez que sus aguas llegaban a la arena, ésta se las tragaba. ¿Es que no había forma de cruzar el desierto? Entonces escuchó una misteriosa voz que decía:
--Si el viento cruza el desierto, tú también puedes hacerlo.
--Pero ¿cómo? –preguntó el río desconcertado.