Emocionante texto de Swami Sivananda que colgaba de una de las paredes del Ashram cuando fui por primera vez.
El Maestro

No es un maestro, ese personaje a quien das vida con la imaginación. Es tu debilidad, la necesidad de sentirte protegido, amparado, comprendido, halagado, quien crea esa figura mítica que luego superpones sobre un cuerpo de carne y hueso. Es como un encantamiento, una fantasía de tu mente romántica con la que tratas de proteger tu indigencia. No es un maestro: es un dios lo que tú necesitas. No estás, preparado aun para  enfrentarte a  la  responsabilidad  de tu propia  vida.

¿Comprendes,   ahora,   la   respuesta   masiva   a   los   gurús deificados-

Los temores ancestrales, la inmadurez espiritual, las emociones primarías, y la ausencia de discriminación…

impiden que seas dueño de tu propia vida. Por eso “creas ” un refugio inexpugnable, una fuente de amor y misericordia que comprenda y perdone tus debilidades. Para que no resulte demasiado abstracto, le dotas de un nombre y una forma y para que quede definitivamente vinculado a ti, le proclamas gurú. Le entronas en tu corazón y vuelcas en el tu neurosis. Bueno, tienes lo que quieres, pero no un maestro.

                Un maestro es esa persona que sabe desenmascararte con una mirada, que machaca implacablemente tu ego, castiga mucho más que halaga. Que tiene el poder de hacerte sentir pequeño y miserable, grande y audaz. Que te mantiene siempre en el límite de tus posibilidades, que no te concede tregua, que te deja sin abandonarte en las situaciones difíciles, que no pacta jamás, que no se aviene, a pesar del tiempo y del contacto, a la familiaridad de la amistad. Que se escurre como un pez cuando crees haber conseguido su favor, que estalla como un volcán cuando adoptas una actitud soberbia y no cesa en su intensidad hasta verte humillado.

                No te engañes, amigo. Un autentico maestro enseña poco. Lo que hace es dejar que aprendas a su lado. Le importa la actitud. Sabe muy bien que sin la actitud adecuada no hay avance. Por eso castiga tu arrogancia, tu holgazanería, tu inveterado afán de buscar excusas para cubrir tus faltas, tu autosuficiencia, tu excesiva familiaridad, tu falta de respeto.

¿Quién es él puedes aducir, para arrogarse esas funciones?

                Tu maestro. Alguien que tiene la misión de mejorarte y que, por eso, te hace llorar. Sírvele, hónrale y respétale. Eres muy afortunado de tener alguien que te guíe en la vida.

S.S.

 

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