El río era caudaloso y fluido. Se deslizaba sorteando hábilmente los obstáculos, sin que nada pudiera frenar su curso. Atravesó valles, gargantas, bosques, junglas y desfiladeros. Imparable, seguía su curso. Pero de repente llegó al desierto y sus aguas comenzaron a desaparecer bajo la arena. El río se espantó. No había manera de atravesar el desierto y anhelaba desembocar en otro río. ¿Qué hacer? Cada vez que sus aguas llegaban a la arena, ésta se las tragaba. ¿Es que no había forma de cruzar el desierto? Entonces escuchó una misteriosa voz que decía:
–Si el viento cruza el desierto, tú también puedes hacerlo.
–Pero ¿cómo? –preguntó el río desconcertado.
–Permite que el viento te absorba. Te diluirás en él y luego lloverás más allá de las arenas, se formará otro río y éste desembocará en un río mayor.
–Pero ¿seguiré siendo yo? –preguntó el río angustiado, temiendo perder su identidad.
–Serás tú y no serás tú. Serás el agua que llueva, que es la esencia, pero el río será otro.
–Entonces me niego a ello. ¡No quiero dejar de ser yo!
Las aguas del río se extinguieron en las secas arenas del desierto.
(Ramiro Calle)
Reflexión :
En todo ser humano están la esencia y la personalidad, el Ser y el ego. La esencia es transpersonal, en tanto que el ego es personal y nace de la identificación con el cuerpo, el aparato psíquico, los apegos, las aversiones y otros factores. El ego dominante se espanta ante la idea de su desvanecimiento, pero cuando a través de un trabajo interior de reducción egóica, éste va menguando, se va produciendo una desidentificación con lo in permanente, se desencadena una conciencia clara y comprensión profunda, se va perdiendo el terror a su disolución, pues la persona vive y se expresa más desde el Ser que desde su burocracia egocéntrica.
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