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Así como el resto de las conclusiones de más adelante, este título tampoco es cierto del todo, solo en alguna medida.
Lo que quiero decir es que “la enseñanza” así, como suena es una entelequia, un concepto de la mente de esos que no están sujetos a sujetos. Proliferan por doquier conceptos huérfanos de los que nadie se responsabiliza.
Algunos ejemplos de entre muchos:
La amistad, la pareja, la familia, la patria, la sexualidad, la enseñanza, la política, la religión, la espiritualidad, los conflictos, etc…
Son conceptos despersonalizados sin nadie detrás. Pareciera que son en sí mismos. Que son autónomos.
Una vez un amigo tuvo un accidente de tráfico…
La colisión entre dos vehículos se produjo encima de la raya que divide la carretera entre ida y venida. El caso es que como no se puedo demostrar quien había sido el culpable del accidente, el juez dictaminó que ninguno era culpable del accidente. ¡Vamos hombre! Es como decir que el accidente no se produjo. ¡Y es que no se produjo! Ese accidente que se juzgaba no. En el accidente que estudiaron, no había culpables porque no existió. Pero sí que hubo otros dos accidentes. Uno el de mi amigo y otro el del otro conductor. Mi amigo decía, yo he tenido mi accidente. El otro, con el que no tuve el placer de hablar, debería decir que tuvo el suyo. Cada uno tuvo el suyo. No hubo uno, sino dos. ¿Pero quién tuvo el accidente que nadie tuvo? ¿El tercero? J Evidentemente nadie.
Algunas veces me preguntan, ¿haces terapia de pareja? Y respondo que no. ¿Haces terapia familiar? Respondo que no. Lo que trato de explicarles es que eso no se puede hacer. Lo que sí se puede hacer es terapia de personas. Personas en pareja, personas en familia, personas en empresas. Son las personas las que pueden responsabilizarse de su experiencia. Una entelequia no puede responsabilizarse de sus problemas.
Llegando al tema que nos ocupa. Cuando digo que no existe la enseñanza quiero decir que enseñar es algo que un observador externo calificaría como una experiencia que nadie experimenta entre dos personas. Lo que sí existe es la experiencia de cada uno. Donde uno de los sujetos muestra algo y el otro, junto con el emisor, aprende algo. En realidad lo que existe es el aprendizaje. Uno puede mostrar, pero no enseñar. Pero sí que puede aprender.
Aprender si existe.
Aprender es lo único que podemos hacer. Aprender es llevarse algo, hacerlo tuyo. En mi experiencia he observado que los momentos verdaderamente mágicos que he vivido como profesor y terapeuta, han sido aquellos en los que ni yo mismo sabía lo que iba o estaba diciendo. Eran momentos de sorpresa, de aprendizaje. Donde algo nuevo brotaba de mi interior y me nutria al compartirlo. Son momentos reveladores que se producen cuando salimos de la zona de confort para adentrarnos en lo desconocido mientras lo compartimos.
Con el paso de los años va llegando la costumbre en el que la sorpresa se va suavizando. Es cuando uno va repitiendo como una cotorra y empieza a mostrar como comida precocinada fotocopias de lo que guarda en la nevera. Entramos en zona de confort, creemos que ya está. Que ya no nos toca aprender, que ahora nos toca enseñar. Ahí se empobrece la experiencia porque cada vez hay menos experiencia. Hay más repetición, las palabras de van sobando y desgastando y algo se gasta.
Solo si rescato el hábito de aprender en lugar de a enseñar puedo despertar al maestro interno a la hora de mostrar a los demás.
Mostrar es útil, pero muchísimo más útil es aprender mientras enseño.
No estamos en este mundo para enseñar, estamos en este mundo para aprender.
Gracias – Vashista
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