Rara vez era el Maestro tan elocuente como cuando prevenía contra el hechizo de las palabras: ¡Cuidado con las palabras!, solía decir. “En cuanto te descuidas, adquieren vida propia: te deslumbran, te hipnotizan, te aterrorizan. . . “, te hacen perder de vista la realidad que representan y te hacen creer que son reales.
En cierta ocasión, hablando el Maestro del poder hipnótico de las palabras, alguien gritó: «¡ No dices más que tonterías! Si yo digo ‘Dios, Dios, Dios ¿acaso ello me hace divino? y si digo ‘diablo, diablo, diablo’, ¿acaso ello me hace maléfico?».
«¡Siéntate, ¡bastardo!, dijo el Maestro.
El tipo se puso tan furioso que…
no podía articular palabra. Finalmente, estalló en improperios contra el Maestro.
Más tarde, aparentando arrepentimiento, le dijo: ¡Perdóneme señor!, por perder la calma. Le suplico por favor que excuse mi imperdonable error.
Y entonces le dijo el Maestro:
«Ya tiene usted su respuesta: ha bastado una palabra para encolerizarlo, y otra para tranquilizarlo».
Esto es fácil de observar en uno mismo y en los demás, una palabra de elogio engrandece nuestro ego una palabra de crítica lo contrario no es fácil ser indiferente a los halagos o a los insultos.
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