La culpa es un sustituto rudimentario de la responsabilidad y tiene una función reguladora o de freno conductual que impide repetir conductas indeseables. Esta es una culpa funcional que es adaptativa, pero solo sirve como alarma, no como transformación.
El problema real aparece cuando la culpa se enquista, se estanca e inmoviliza el proceso de reparación y aprendizaje.
Cuando la culpa se convierte en energía bloqueada, que vuelves hacia ti mismo, te limita, paraliza y te impide anclarte en el presente.
Es aquello que no te permitiste hacer, la verdad que no dijiste o el límite que no pusiste, todo ello manifestado como látigo interno.
Gastas una enorme cantidad de energía en castigarte, en lugar de invertirla en la solución.
La culpa no es una sana reflexión que lleva a reparar, sino castigo y autoagresión.
En lugar de usar la agresividad sana como catalizador e impulsor del cambio o la confrontación para actuar sobre el entorno, te haces daño a ti mismo.
Liberar esta energía pasa por poner atención e intención en el aquí y el ahora.
Pasa por tomar decisiones.
La culpa se enfoca en el pasado; la decisión se orienta al presente-futuro que lleva a la reparación y el aprendizaje.
Pasa por la responsabilidad.
La culpa dice: “Soy un miserable”; la responsabilidad dice: “Cometí un error, ¿Cómo lo corrijo y cómo me aseguro de tener una conducta más coherente con mis valores en el futuro?”.
Esto último es un acto de poder y voluntad.
El poder es influencia (en este caso, sobre uno mismo).
La voluntad es la elección y dirección consciente que se usa para elegir un camino entre muchos posibles.
Aditya

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